sábado, 17 de abril de 2010

All by myself

Hoy, mientras desayunaba SOLA en la cafetería del hospital ha venido a mi mente aquel ridículo juego que todos hemos practicado alguna vez. Se trata de ése en el que uno piensa para sus adentros: si meto esta bola de papel en aquella papelera desde esta distancia, signifca que aprobaré el examen que hice ayer.

Naturalmente, uno falla... Y entonces es cuando decimos: ¡espera, espera! Joé, es que era muy difícil... Me acerco un poco más y ya sí que sí. Si la meto, es que apruebo. Y vuelves a fallar. Y es en ese preciso instante en el que decides dejar de jugar porque es una gilipollez que un examen dependa de eso.

Pero lo haces hasta que surge una nueva oportunidad para hacer el idiota. Hoy ha surgido la mía.
Como os he dicho, estaba SOLA en la cafetería comiéndome una tostada cuando he pensado: ¿será esto una señal? ¿Intentará el destino decirme algo? Pero, ¿por qué iba el destino a hablar contigo, María? Céntrate y deja de bromearte. ¿Será esto una muestra de lo que te depara el futuro? ¿Soledad el resto de tu vida?

Y ahí es cuando hice aquello de... No, no. No creo. ¡Ni de coña! Me niego a pensar eso. De hecho, apuesto lo que quieras a que la siguiente persona que entre por esa puerta será el amor de tu vida; el que te acompañará mientras comes tostadas por siempre jamás. Pero, un matiz (ya he jugado antes a este juego y sé exactamente lo que puede suceder): ha de ser un hombre. ¡Já! Porque claro, si entra una mujer, no vale... Así que, aclarado eso, ¡adelante!

Y, esperando y esperando, ha terminado entrando por la puerta un señor de unos 200 años aproximadamente (siendo generosa); medio sordo y con bastón.

*Claro, debí tener en cuenta antes de establecer los términos de la apuesta conmigo misma que estaba en un hospital.

Tenía pinta de haber sido guapo de joven, no me mal interpretéis. Pero, si quiero un acompañante para el resto de mi vida, lo suyo es que el susodicho me aguante unos añicos y no que esté a punto de reencarnarse...

Y entonces es cuando me he levatado de la mesa y he vuelto a pensar: este juego es una mierda. Además, está claro que estás sola porque estás desayuando a las doce y media de la mañana. ¡Tss!

- Buenos días, joven.
- Ni lo intente, abuelo.