domingo, 21 de septiembre de 2008

FLASH Dance

Antes de que empieces a leer, baja un poco y pon a cargar el vídeo de esta entrada para que se complete y esté listo para cuando sea necesario usarlo. Es imprescindible que lo escuches (basta con escucharlo) mientras lees lo que hay debajo de él... Pero, no lo reproduzcas hasta que yo te lo diga; simplemente, ponlo a cargar.


Estoy parada en el pasillo central de un supermercado.

Seguramente, nada más leer esto, me habrás imaginado mirando a lo largo de dicho pasillo así que, gírame 45 grados a la derecha porque estoy situada a lo ancho...

Concretamente, me encuentro entre la sección de los quesos (a mi espalda) y la de la fruta (delante de mí). A mi izquierda y a mi derecha sólo hay... pasillo central. Es por detrás por donde noto un frío que pela (a veces se exceden con la temperatura en los refrigerados.).
Todo el mundo pasa por aquí con su carrito o su cesta en distintas direcciones.
Yo, sencillamente, estoy parada en todo el centro; casi interrumpiendo el paso de las personas que tienen dificultad para esquivarme cuando su carro está a rebosar de cosas. Soy consciente de que necesitan ponerse de puntillas y mirar por encima del gran paquete de papel higiénico que han colocado al final; sobre todo lo demás, para no llevarse a nadie por delante pero, aún así, yo sigo aquí quieta. Hay personas que tienen la suerte de ir acompañas y, mientras uno "conduce", el otro (agarrando el extremo), "dirige". Pero a mí me gusta observar a los que se las tienen que apañar solos para girar el carro derrapando sobre sí mismos. Es entretenido ver cómo intentan evitar constantemente estampanarse contra algún mostrador mientras luchan inconscientemente también, contra una estrategia comercial (inevitable) como es la de que todos los carritos, tiendan a torcerse hacia las estanterías.
Estoy escuchando música a través de mis auriculares y veo que la melodía que está sonando nada tiene que ver con lo que aquí está pasando.
La canción finaliza y vuelvo a la realidad. Oigo el jaleo; los niños gritan, los padres los regañan, la gente habla, se ríe, se mueve, se choca... Pero, de pronto, una canción que me encanta comienza a sonar...


(Ahora, antes de seguir leyendo, pon el vídeo. Es importante hacerlo para meterse en la historia...).



...Pero, de pronto, una canción que me encanta comienza a sonar.
Al principio me cuesta recobrar la concentración y meterme en la música pero, para cuando llega el primer estribillo, lo he conseguido. Estoy moviendo la pierna al compás; al ritmo y, lo peor de todo, he cerrado los ojos... Incluso seguro que estoy moviendo los labios.
Todo mi alrededor empieza a girar hasta volverse borroso. Entonces, abro los ojos, giro sobre mí misma y la neblina desaparece.
Todo el mundo puede oir la canción, todo el mundo la conoce y todo el mundo la está cantando. Curiosamente, todo el mundo sabe también bailar la coreografía que me he inventado. Después de ver que para la gente es normal lo que está pasando, cojo en el aire un micrófono que alguien me lanza y me uno a ellos llevando la voz cantante. La mayoría me sigue imitando mis pasos y haciendo los coros. Otros, hacen bulto alrededor y empujan sus carros y sus cestas haciéndolos desaparecer del plano. Se unen a los demás. La representamos todos a la vez como si de un musical se tratase. Algunos pasos son tan buenos que, hasta a un bailarín profesional, le costaría llevarlos a cabo pero, para nosotros; para los vegetarianos, los amantes de la coca-cola, los adictos a los platos precocinados; todos, lo hacemos a la perfección. Otros muchos pasos son muy ridículos porque no se me ocurre nada mejor pero esos, son los que hacen divertida la escena y los que utilizamos para bailar con la caja del detergente en la mano o subidos en los carros mientras corremos con ellos por el pasillo. La gente se echa a un lado haciéndome un pasillo. Yo, cojo carrerilla para deslizarme por el suelo unos metros sobre mis rodillas. La gente me sigue el rollo y parece disfrutar. Así, 3 min., 24 seg.
Pero... Una vez más, la canción se termina y, una vez más, vuelvo a la realidad gracias a que una señora me atropella por la espalda con su carro (se ve que a ella no le preocupa tanto si el papel higiénico le crea ángulos ciegos...).