miércoles, 8 de octubre de 2008

El sueño de una noche de verano (y de cualquier otra época del año).

Esto es un reclamo a todos mis yanolectores...
Quiero que lo leáis con tono solemne y redicho. (mmm... por favor).

Imaginadme en el escenario de un antiguo teatro. (Ya tendríais que haber empezado en plan majestuoso, eh...) Es tan antiguo que hasta yo parezco salida del siglo XVII por mi indumentaria. Llevo unas calzas blancas tan largas como mis piernas (o sea, no muy largas) y sobre ellas, desde la cintura hasta las rodillas (cubriendo toda la zona), unos bombachos o bullones ampulosos y acuchillados adornados con galones que dejan entrever el suave forro de seda que mi piel rozaría de no ser por las susodichas calzas... No me olvido de describir mis domados zapatos negros de punta roma y ancha que en tantos caminos me acompañaron. Ni tampoco de mencionar mi sombrero de pico y plumas confeccionado con la misma tela rayada de colores pasionales y puros (como son el rojo; color de la sangre y el amor y el blanco; principal representante de la castidad y el honor) que utilicé también para mi herreruelo (capacortaysincapucha).

(No os olvidéis del tonito solemne y redicho...).

Estoy prácticamente arrodillada en el proscenio (tablas, tablado, plató, decorado, eh... ¡escenario!) pero aún me queda una pierna que se niega a doblegarse; que se mantiene en un ángulo de 90 grados para servir de apoyo al brazo con cuya mano me toco el corazón mientras me dirijo desesperadamente a vosotros; mis lectores. Que, estrujados todos en un balcón, observáis desde las alturas cómo os imploro vuestra presencia en éste, mi mundo. Alzo el brazo sin separar el otro de mi órgano más vital (aunque todos mis órganos sean para mí vitales), para dirijirme a todos y cada uno de vosotros; individualmente, afligida por la pena y la desolación. Sé que hay damas y caballeros que me visitan con sigilo cuando creen que estoy sumida en mis sueños más profundos para evitar dejar su rastro en mis tierras cibernéticas pero, os hablo a todos aquellos que con valor (y anteriormente con frecuencia), me hacíais saber que aún teníais un hueco para mí en vuestros tiempos de asueto (descanso,olganza,inactividad,desocupación,recreo,eh...¡ocio!).
A ti, Víctor. Mi más fiel seguidor. ¿Acaso habéis dejado de ser un fiel seguidor? ¿Acaso aún seguís en Valladolid? ¿Acaso en Valladolid no hay internet? Vos sois quien más objetivamente realizáis críticas sobre mis escritos sin conocerme en persona. Os ruego que hagáis un cese temporal de vuestro habitual acto de hacer y deshacer maletas y me dediquéis unos minutos para que pueda ser consciente de que vuestra ausencia sólo es en apariencia.
O vos, Eva. Mi particular francesita iluminada con doble identidad que además es una de mis mejores amigas en el largo y escabroso camino de la vida. Creo saber que estais absorvida por vuestro joven, rico, atractivo (y seguramente encantador) enamorado pero, ¿qué va a ser de mí sin tus anotaciones o comentarios (más vulgarmente conocidos como exégesis, greguerías, disquisiciones, paráfrasis o interpretaciones) en mis pergaminos? Si yo tuviese un compañero para el amor como el tuyo tampoco necesitaría de vuestras palabras para sentirme completa pero suplico compasión y solidaridad por vuestra parte.
A ti también, Laura. Sangre de mi sangre (bueno, casi. Compañera/esposa de mi primo hermano desde que Dios me arrebató el privilegio de tener uso de razón). Vos sois quien me ayudáis en las noches más frías y me recordáis que... el uso de razón está sobrevalorado. Sois la dama que me arropa con sus cálidas palabras de consuelo cuando creo que todo está perdido y la que más me ayuda a recuperarme cuando ambas descubrimos que yo estaba en lo cierto cuando decía que todo estaba perdido.
No puedo olvidarme de Lady Mountain. Esa ferviente admiradora que me hace quedarme hasta altas e intempestivas horas de la madrugada para que le recite alguna de mis entradas ayudándole así a despreocuparse del echo de que no tiene, ni tendrá nunca, internet.

Por si mi angustia se extiendiera con rapidez por todo mi ser, a todos vosotros os mando mis mejores deseos. Por ello, os recomiendo también que descendais ya del balcón porque no sé cuánto tiempo más podrá soportar vuestro peso después de siglos de termitas y humedades.
No quisiera que el telón se cerrase sin antes añadir que, si cuando vengáis a mí decubrís que mi cuerpo yace en el suelo es porque, sin ningún género de dudas, habré decidido terminar con mi vida ingiriendo una cantidad desmesurada de cianuro; veneno recomendado por todos mis compañeros de reparto (que con frecuencia hacen uso de él para poner fin a sus desventuras). Ha resultado ser muy potente y eficaz. Dicho líquido aparentemente inofensivo estaba contenido en el frasco de cirstal que hayaréis vacío junto a mí. Pero si esto sucede, no sufráis; no lloréis. En el poyete que hay detrás de mí, he dejado preparados unos cuantos frascos más como el mío.

FIN