miércoles, 12 de marzo de 2008

¿Cómo ser John Malkovich?

El día de hoy no ha resultado ser nada bueno. Una vez más, ahí estaba yo; sentada en mi pupitre, en primera fila y, por supuesto, de frente a la pizarra... Con mi mano derecha sostenía el boli y con la izquierda mi cabeza, teniendo como principal punto de apoyo el codo sobre la mesa.
No es la primera vez que me pasa pero hoy ha sido más fuerte que nunca. Me han entrado unas ganas tremendas de gritar en mitad de la clase y salir corriendo de allí. Es como si algo dentro de mí quisiera salir y no pudiera porque sabe que debe estar donde en ese momento se encuentra (pese a ser en contra de su voluntad.). Mi cuerpo estaba allí (eso seguro), mis ojos miraban al profesor y... mi cara, mi cara no sé cuál sería pero espero que fuese de atención. Sin embargo mis oídos no escuchaban lo que se estaba explicando allí (espero que esto no lo lea mi padre y, si lo lee: papá, es la primera vez que me pasa en clase, eh...). Yo sólo podía escuchar lo que sucedía en mi pensamiento. Me estaba imaginando la situación. El cómo doy un grito, recojo mis cosas y salgo por la puerta.
Pero ese aparentemente irrefrenable impulso se vio frustrado cuando mi imaginación no supo qué inventar después de cruzar el umbral. No sabía qué pasaría después. Sabía que saldría de ese lugar pero no sabía para qué. En un principio satisfacería mis deseos del momento y me tranquilizaría pero, ¿qué sucedería mañana? ¿Hago lo mismo si me pasa otra vez?
Entonces di de nuevo rienda suelta a mi imaginación y ante mí, ya al otro lado de la puerta, aparecieron varios caminos. Además eran caminos literalmente; no literariamente hablando... Todos tenían tierra y piedras. (Tal vez las riendas de mi imaginación no fueran tan sueltas como yo creía...). No podía ver el principio de ninguno de ellos pero al final, cada uno tenía un cartel sujeto a un palo de madera que a su vez estaba clavado en la tierra. En cada cartel ponía una cosa. Las letras no las veía con claridad pero era la misma sensación que se tiene cuando sueñas con una persona a la que no le ves la cara y sin embargo, por la sensación que te transmite, sabes de quién se trata. En mi subconsciente sabía lo que había escrito en todos y cada uno de ellos. Eran los propósitos, aspiraciones, sueños y metas personales. El caso es que ahí estaba yo. Viendo lo que en realidad eran todas mis posibilidades; todo lo que me gustaría y podría hacer en la vida.
Y en ese mismo instante, me pregunto: María, ¿vas a pasar por todos estos caminos? Me refiero a ahora mismo. ¿Has salido de clase porque piensas que tu lugar en el mundo no es otro sino el de ir por estas sendas? Si es así, si estás convencida de que vas a hacer todo lo que quieres hacer, ¡hazlo!. Pega un grito, sal corriendo, después explica lo que tengas que explicar con un par y hazlo. Pero piénsalo. No lo hagas sólo porque cada mañana es un coñazo tener que madrugar para asistir a una clase de 50 min. o porque no tienes fuerza de voluntad para sentarte cada día dos horas a estudiar y eso te quita el sueño...
Entonces comprendí que no tenía el valor suficiente como para dejarlo todo y dedicarme a hacer las cosas que me hacen feliz. No tenía valor porque sabía que esa no era la solución. Que lo que yo tengo que hacer en este momento de mi vida es completamente necesario para pasear por los caminos que ante mí se mostraban. Me di cuenta de que todos ellos comenzaban en esa clase; estar en esa clase era el primer paso que debía dar para empezar mi vida de verdad. Después de todo eso, podría hacer lo que quisiera.
Yo lo sabía y lo sé. El problema es que, pese a todo, esa sensación no ha desaparecido. Sigo queriendo gritar y dejarlo todo, pero no tengo fuerza... No tengo fuerza ni para seguir, ni para dejarlo. Mis ruedas se han quedado estancadas en el barro y no puedo ir ni para alante, ni para atrás. Muchas veces, la ilusión por algo te impulsa a hacer locuras y/o a hacer cosas que realmente son productivas pero, al fin y al cabo, esa ilusión, esa motivación, esas ganas de vivir, te dan la felicidad (que es lo realmente importante en esta vida; ser feliz...). Y si no sabes qué te hace feliz o crees que lo sabes pero no tienes huevos para ir a por ello, ¿qué queda?. Yo creo saber lo que me haría feliz y sé perfectamente cómo conseguirlo pero no puedo evitar sentir miedo porque, ¿y si lo que creo que me hace feliz, cuando estoy a punto de conseguirlo, resulta que no me hace feliz? Todo el camino recorrido para llegar hasta donde creía que iba a encontrar la felicidad no habrá servido de nada...
Pero bueno, supongamos por un momento que sí estoy segura de lo que me haría feliz. Siendo sensata y sincera conmigo misma (a la par que racional), la solución es verlo de otra manera más positiva y hacer todo lo posible para hallar la perfecta combinación de dos cosas como son el encontrar la felicidad en las cosas que tengo y hacer, en la medida de lo posible, todo aquello que me haga feliz...
Así que espero poder escribir uno de estos días que esa sensación ha desaparecido y que lo que más me apetece es tener que estar en primera fila, en mi pupitre y con cara de atención. Quiero decir... y prestando atención.