martes, 30 de junio de 2009

Deseos

El otro día estuve cenando en casa de mis primos con ellos y con sus amigos. Mi primo vive en Murcia (al igual que el resto de mi familia), tiene treinta y alguno y está casado con una de mis mejores amigas.


Nota: se convirtió en mi mejor amiga mucho tiempo después de que se conocieran.
Nota 2: no acostumbro a ir a cenar a Murcia para amanecer al día siguiente en Madrid... Es que estaba pasando allí unos días.

Durante la cena hablamos de muchas cosas (sobretodo del amor) y descubrí que las conversaciones entre treintañeros respecto de ese tema distan mucho de las que estoy acostumbrada a escuchar. Se hablaba de sentimientos (cuando normalmente los hombres hablan de sexo) y, aunque evidentemente hubo más de un comentario caliente, en general, el balance que hago es que fue una conversación cargada de romanticismo y humor.

Como no se me permite escribir esta entrada dando los nombres reales de las personas que estuvieron presentes, para no hacernos un lío pondré pseudónimos que a la vez servirán para descibriles:

Mi prima sería Carrie; mujer de ciudad, ingeniosa, glamurosa y atractiva.
Mi primo sería Miranda; mejor amiga de Carrie, trabajadora, independiente, pragmática, calculadora, sarcástica y ácida.
Uno de los amigos sería Samantha; básicamente se tira a todo lo que se mueve hasta que se enamora y surge el conflicto... (Y el tema de conversación de toda la noche, dicho sea de paso).
El otro amigo sería Charlotte; la romántica con ganas de vivir una vida de familia. Mucha humanidad y ninguna maldad.
Y yo soy el extra que sale en algún que otro capítulo pero, como comprenderéis, no voy a ponerme un pseudónimo...

A lo largo de la velada, una de las cosas con las que más me reí (y el tema principal de esta entrada después de to el rollo que os he soltao) fue con una historia que contó Charlotte a cerca de "La virgen del pasico". Dice que hace más de 100 años alguien encontró un tronco de cerezo que se conserva intacto en una urna porque, por lo visto, es sagrado y milagroso. Cuenta que si pasas un clavel por el cristal y pides tres deseos, uno de ellos se te concederá.

*He de decir que Chalotte no estaba muy segura de que eso que me estaba contando fuera así exactamente y desde aquí le digo que hacía bien en no estarlo porque lo he mirado en internet y no tie na que ver con la historia real... Pero bueno, dicho esto:

nos contó que cuando era pequeña, su familia estaba pasando un mal momento económico y que todos (sus herma@s incluídos) decidieron ir al tronco a pedir que este aspecto mejorase. Para que el deseo fuese concedido sí o sí, acordaron pedir como deseo común que su padre encontrara un trabajo. A la semana siguiente, a su padre efectivamente le dieron un trabajo y Charlotte comentaba que, claramente, el deseo se le debió conceder a ella porque, a estas alturas de su vida, de los otros dos no ha vuelto a saber nada...

Esto me recordó también algo que mi padrino me contó una vez. Dice que, cuando era un niño, su madre le dijo que irían a La Fuensanta (una de las ermitas de Murcia) a agradecer al señor un deseo que había sido concedido. En principio, ese adorable niño estaba entusiasmado porque un taxi les estaba esperando en la puerta de su casa para llevarles a su destino y eso, en aquella época, no era algo muy común... No sabía qué pasaba pero, evidentemente, algo pasaba y además parecía importante. El taxi les dejó al principio de la larga, empinada, tortuosa y pedregosa cuesta que va hacia el Santuario y, nada más bajarse, su madre le dijo que se pusiera en las rodillas unas almohadas que había estado cosiendo y preparando durante todo un año porque habría de subir dicha cuesta arrodillado...

La cara de asombro de mi padrino no debía tener precio y, aunque le preguntó muchas veces, todavía no sabe qué puto deseo pidió su madre.

Conclusión: si a mi madre se le ocurre hacer eso, espero que el deseo no fuera importante.

Yo de momento voy a pedir un buen novio y a cambio (si se me concede antes de que muera de vieja o de algo peor), prometo dejar de beber Coca-cola durante un año. ¡Bueno, no! ¡Mejor! Prometo que mi padrino subirá por última vez la cuesta de La Fuensanta...

Con los codos.

(Ahora está muy bien asfaltada...).

Y me comprometo personalmente a hacerle los protectores.