viernes, 28 de marzo de 2008

Chistes malos

  • ¿Sabes lo que son la ignorancia y la indiferencia?
  • Ni lo sé, ni me importa...

martes, 18 de marzo de 2008

El ratoncito Pérez

Ayer, durante el paseo con mi abuela, ambas pudimos compartir un montón de anécdotas que nos han sucedido desde la última vez que nos vimos. Entre ellas, se encuentra una que le sucedió el domingo cuando se iba a escuchar misa.


No puedo deciros cómo se llama mi abuela porque me ha autorizado a contar ésto sólo si mantengo su anonimato así que sólo puedo deciros que su nombre empieza por Ros y termina por ario. Le buascaré un pseudónimo para que no pueda quejarse...


Mi abuela Audrey, es una mujer de 70 y pico años (no dirás abu, me callo el pico, eh...) a la que le gustan el cine en blanco y negro, las películas de Hitchcock y los libros de Agatha Cristie. Es bastante clásica para vestir aunque a veces se ponga mis vaqueros y además es una cachonda. Creo que exagera cuando habla de sus nietos y las injusticias la ponen negra...


Por lo demás es una abuela normal pero con eso y con todo, no hay vez que nos veamos que no discutamos y que no nos meemos de la risa con alguna cosa... Siempre le cuento chistes nuevos y ella siempre me cuenta el mismo porque no se acuerda de ningún otro pero al final siempre me cuenta algo que le ha pasado como si de una película se tratase. (Y luego dice que no me parezco a ella...).


El caso es que esta vez sí que ha sido muy gracioso y, lo mejor de todo vino después, cuando establecimos las claúsulas de lo que sería nuestro contrato verbal; contrato que yo debía respetar antes de contar su historia en mi blog. Como lo del nombre... y eso. Estuvimos planeando cómo lo escribiría y decidimos que quedaría mejor si la historia fuese contada en primera persona así que a través de mí, ella os contará lo que sintió. Utilizaré palabras que ella sugirió para que resulte todo más gracioso y exagerado:





El domingo, me arreglé para ir a misa. Me puse mi falda negra, mis medias, mis tacones, el jersey blanco y negro que me regalastes por Reyes... Después me pinté la raya negra de ojos (para lo cual tenía que quitarme las gafas), me puse colorete y me pinté los labios. Acto seguido me puse las gafas y me di cuenta de que debía pintarme de nuevo la raya porque la que me había hecho me quedó como a un Cristo dos pistolas... Cuando terminé la restauración, me fui al joyero y me atavié con mis mejores galas. Me puse el broche de oro que tiene forma de moneda (ese que heredé de mi madre y ésta a su vez de mi abuela...), me puse mi semanario y mis pendientes. Me puse mi colonia de Channel (esa que me regalasteis en los 90 y que no uso para que me dure...), mi abrigo y mi pasmina. Conecté la alarma y salí de casa sin olvidarme de echar el cerrojo. A continuación llamo al ascensor. Me subo. Bajo hasta el portal. Salgo refeliz de la vida y me dirijo a mi cita con "el Señor". Hasta ahora todo es aparentemente normal. Me siento especialmenete guapa y voy especialmente contenta caminando por las calles de Madrid. Pero, de pronto: ¡Oh! ¡Maldición! ¡Me he dejado los dientes en casa!

Sí, sí; como lo oís/leéis. Con tanta parafernalia se me había olvidado ponerme la dentadura postiza. Ya era lo suficientemente tarde como para no darme tiempo a volver a por ella y lo suficientemente temprano como para darme tiempo a encontrarme con alguna vecina en la puerta de la iglesia.

Desde ese momento me convertí en la mujer más seria de to' Madrid. La más seria o la más ligona porque no podía evitar ir poniendo morritos para que no se me hundieran los labios en la boca. Las mujeres debieron pensar que yo era una borde y los hombres que no paraba de insinuarme...

Justo después de la misa y sin haber recibido el cuerpo de Cristo, o sea, la ostia (sagrada), veo en la calle a mi vecina. Lo único que se me ocurrió fue meterme detrás de un arbol y ocultarme allí hasta que se fuera. Supuse que estaría esperando a su hermana y así fue. Cuando ésta llegó, se fueron juntas hacia nuestro edificio. Yo esperé un tiempo prudencial escondidita tras el tronco procurando que el resto de personas del mundo no creyeran que estaba loca... Cuando calculé que ya podía salir de allí, salí y me dirigí hacia mi casa haciendo lo que el cura nos había mandado de deberes: rezar. Y, ¿por qué dejar para mañana lo que puedes hacer hoy? Así que me fui rezando para no atrasarme en las tareas divinas y para pedirle a Dios que, como símbolo de agradecimiento por mi devoción, evitase algún encontronazo con algún conocido... Todo iba sobre ruedas pero creo que mi pacto con Dios caducó cuando puse un pie en el portal de mi casa. Supongo que eso es lo que sucede cuando no estableces correctamente las claúsulas de un contrato... Hasta casa llegué sana y salva pero, cuando fui a tirar de la puerta del ascensor: ¡Oh! ¡Maldición!

La vecina a la que estuve evitando todo el camino bajaba de la mano de su marido. Ya no tenía salida así que confesé y les alegré el día. Fui sincera y, con una buena dosis de arrojo y otra de vergüenza disfrazada de naturalidad, al final les conté lo mal que lo había pasado durante toda la tarde (omitiendo, obviamente, la parte en la que calculo fatal la distancia que hay entre la iglesia y mi casa para escaquearme de una incomodísima situación de la que ella era protagonista...).

lunes, 17 de marzo de 2008

Mentirosos Compulsivos

Hoy ha sido en mi vida el día de los Santos Inocentes...
Tras un largo paseo por la ciudad con mi abuela, ambas hemos decidido ir a comer a un restaurante chino (más que nada para recuperar los 20g que hayamos podido perder en el proceso.). Una vez allí, ella me ha preguntado si los chinos suelen ser muy caros (aún la mujer no se ha convertido en la nueva Audrey Hepburn...). Yo le he dicho la verdad. Le he dicho que me diera a mí los 50 euros que cuesta normalmente el menú y que yo ya pagaría mi parte y las bebidas de las dos...
Es broma. Le he dicho que no y entonces ella se ha ofrecido a invitarme. Me ha dicho que pidiese lo que quisiera y demás y así lo hice. Hemos comido todo lo que hemos querido y más y, al pedir la cuenta, me pregunta de nuevo:

  • Hija, esto no es muy caro, ¿no?
  • No.
  • Con 10 euros tendremos, ¿no?
  • ¡No!
  • ¿No?
  • ¡No!
  • Pues sólo llevo eso...
  • ¡No jodas abu! (abu es el diminutivo de abuela).
  • Hija, si me has dicho que no era caro... Pues no llevo más dinero encima... No ves que tengo que venir de Madrid y me pueden robar... Como no íbamos a hacer mucho gasto y tú me has dicho que no era nada caro, pues yo he supuesto que llevábamos bastante...

En ese momento no podía evitar pensar si los platos cuadrados que ponen en esos restaurantes dan problemas a la hora de ser fregados. Sobre todo por hacerme una idea del tiempo que nos iba a llevar dejarlos todos limpitos... Mi mente no paraba de elucubrar alternativas que no fuesen las de quedarme allí a currar como una china (nunca mejor dicho) para saldar nuestra deuda.

Me empezaron a entrar unos calores tremendos cuando vi cómo el chino se dirigía a nosotras con una libretita marrón que contenía el precio de nuestra cabeza. Podía notar todas y cada una de las gotas de sudor deslizarse por mi frente mientras la imagen del camarero se acercaba a cámara lenta. Su cara se desvirtuaba y se tornaba a una con un gesto más agresivo. Movía la libretita como si de un abanico se tratase mientras se reía a carcajada limpia con una cara perversa... El pasillo se hacía cada vez más pequeño y el chino cada vez más grande (sin llegar a sobrepasar el 1´30m. claro está...). Por mi mente pasaban excusas a mansalva pero ninguna de ellas eran lo suficientemente buenas como para que nos dejasen salir de allí después de haber comido tanto... Así que decidí dejar las excusas y planear nuestra huída pero entonces el chino se puso en "Play" y comenzó a acercarse cada vez más deprisa (primero se puso en "Play" y luego en "FFW" [>>I ] ). El único plan que se me ocurrió fue el de dar una voltereta doble y salir por la ventana pero al ir con mi abuela, no hubiera sido posible, claro...

Al fin, deja la nota en la mesa. Su cara ya estaba normal (seguramente para que nadie se diese cuenta de la tortura a la que me había sometido segundos antes con esa mirada penetrante con la que me hacía saber que él sabía que yo sabía que no teníamos dinero...).

Entonces, cuando todo estaba perdido, cuando sabía que no teníamos salida y que definitivamente nos tocaba quedarnos a fregar los platos, mi abuela saca de la cartera un billete de nada más y nada menos que 50 euracos.

¡Era todo una broma! Y yo me la creí... Me la creí pero de verdad. Tanto es así que todo lo que os he escrito es lo que sentí durante un corto (muy corto) período de tiempo. Corto, pero intenso...

La segunda tomadura de pelo la ha llevado a cabo Manoli; la chica que ayuda a mi madre con la limpieza del hogar. Viene por las mañanas pero alguna vez le ha surgido alguna cosa y ha cambiado el turno por el de la tarde. En ocasiones ha venido también por la tarde porque mi madre necesita a alguien con conocimientos de costura y la llama para que le eche una mano con alguna prenda que está haciendo... y cosas así.

El caso es que, como tiene que venir a mi casa, Manoli tiene una copia de las llaves para poder entrar sin llamar y hoy por la mañana ha venido como cada lunes. Nos hemos visto y, antes de irme con mi abuela a pasear por la ciudad, hemos hablado un ratito. Le he contado lo que haría hoy... Bla,bla,bla.

Por la tarde, sobre las ocho, mi madre y yo nos disponíamos a comernos una hamburguesa que habíamos traído del McDonalds cuando (interrumpiendo la historia del chino que le estaba contando a mi madre) suena el timbre.

Bajo las escaleras. Los tres perros me acompañan. El más grande, Oso, (ya os imaginareis porqué se llama así) mete el ocico entre la puerta y el marco de la puerta sin que yo haya llegado al pomo para abrirla... ¿Cómo es posible? (Me pregunto.). Tiro del pomo (la puerta ya estaba abierta). ¡Zass! ¡Manoli!

  • ¡Coño, Manoli!
  • ¡Hola!
  • ¡Hola! ¿Qué haces aquí?
  • Pues qué voy a hacer...
  • Pues no lo sé. ¿Me está haciendo un abrigo mi madre y yo no me he enterado? (pensé).
  • ¿No me toca venir esta tarde? ¿Era mañana?
  • Pero Manoli, si has venido esta mañana... ¿No te acuerdas? Si hemos estado hablando y todo... ¿No te acuerdas? ¡Manoli! (Sólo me faltaba zarandearla y darle una torta para que volviera en sí).
  • ¡Me he equivocado!
  • Pues claro...
  • Ja,ja,ja,ja,ja,ja,ja,ja,ja...
  • ¿De qué te ríes?
  • Ja,ja,ja,ja,ja,ja,ja,ja,ja...
  • ¡Manoli!
  • Ja,ja,ja... ¡Que te estoy vacilando! Que vengo a traerle a tu madre un somier que tenía en casa...
  • ¡Joder! ¡Qué susto! Digo ésta se ha vuelto amnésica... Ja,ja,ja. Y, ¿para qué llamas al timbre si luego vas a abrir con la llave?
  • He llamado para que no os asustárais cuando oyérais que alguien metía la llave en la puerta y ya he abierto yo para que no tuviérais que levantaros y bajar a abrirme...
  • Pues has hecho un pan como dos ostias porque me he cagao cuando he visto que la puerta se abría sola y para eso he tenido que levantarme y bajar así que...
  • Ja,ja,ja.

Mi madre ya se asoma por el pasillo y, al vernos reir, pregunta qué ha pasado. Se lo contamos y... ¡otra que se ríe de mí!

  • Es que le dije a Manoli que se trajera las llaves por si yo había ido a buscarte a ti a la peluquería y justo venía con el somier cuando no estábamos en casa...
  • Ya. Bueno, pues cuando querais me quitais el cartel de "inocente,inocente" que llevo en la espalda a ver si así, de aquí a que termine el día, no me tomais más el pelo...

Menos mal que a las peluqueras no les ha dao por ponerse graciosillas también y teñirme el pelo de azul turquesa o algo así.

miércoles, 12 de marzo de 2008

¿Cómo ser John Malkovich?

El día de hoy no ha resultado ser nada bueno. Una vez más, ahí estaba yo; sentada en mi pupitre, en primera fila y, por supuesto, de frente a la pizarra... Con mi mano derecha sostenía el boli y con la izquierda mi cabeza, teniendo como principal punto de apoyo el codo sobre la mesa.
No es la primera vez que me pasa pero hoy ha sido más fuerte que nunca. Me han entrado unas ganas tremendas de gritar en mitad de la clase y salir corriendo de allí. Es como si algo dentro de mí quisiera salir y no pudiera porque sabe que debe estar donde en ese momento se encuentra (pese a ser en contra de su voluntad.). Mi cuerpo estaba allí (eso seguro), mis ojos miraban al profesor y... mi cara, mi cara no sé cuál sería pero espero que fuese de atención. Sin embargo mis oídos no escuchaban lo que se estaba explicando allí (espero que esto no lo lea mi padre y, si lo lee: papá, es la primera vez que me pasa en clase, eh...). Yo sólo podía escuchar lo que sucedía en mi pensamiento. Me estaba imaginando la situación. El cómo doy un grito, recojo mis cosas y salgo por la puerta.
Pero ese aparentemente irrefrenable impulso se vio frustrado cuando mi imaginación no supo qué inventar después de cruzar el umbral. No sabía qué pasaría después. Sabía que saldría de ese lugar pero no sabía para qué. En un principio satisfacería mis deseos del momento y me tranquilizaría pero, ¿qué sucedería mañana? ¿Hago lo mismo si me pasa otra vez?
Entonces di de nuevo rienda suelta a mi imaginación y ante mí, ya al otro lado de la puerta, aparecieron varios caminos. Además eran caminos literalmente; no literariamente hablando... Todos tenían tierra y piedras. (Tal vez las riendas de mi imaginación no fueran tan sueltas como yo creía...). No podía ver el principio de ninguno de ellos pero al final, cada uno tenía un cartel sujeto a un palo de madera que a su vez estaba clavado en la tierra. En cada cartel ponía una cosa. Las letras no las veía con claridad pero era la misma sensación que se tiene cuando sueñas con una persona a la que no le ves la cara y sin embargo, por la sensación que te transmite, sabes de quién se trata. En mi subconsciente sabía lo que había escrito en todos y cada uno de ellos. Eran los propósitos, aspiraciones, sueños y metas personales. El caso es que ahí estaba yo. Viendo lo que en realidad eran todas mis posibilidades; todo lo que me gustaría y podría hacer en la vida.
Y en ese mismo instante, me pregunto: María, ¿vas a pasar por todos estos caminos? Me refiero a ahora mismo. ¿Has salido de clase porque piensas que tu lugar en el mundo no es otro sino el de ir por estas sendas? Si es así, si estás convencida de que vas a hacer todo lo que quieres hacer, ¡hazlo!. Pega un grito, sal corriendo, después explica lo que tengas que explicar con un par y hazlo. Pero piénsalo. No lo hagas sólo porque cada mañana es un coñazo tener que madrugar para asistir a una clase de 50 min. o porque no tienes fuerza de voluntad para sentarte cada día dos horas a estudiar y eso te quita el sueño...
Entonces comprendí que no tenía el valor suficiente como para dejarlo todo y dedicarme a hacer las cosas que me hacen feliz. No tenía valor porque sabía que esa no era la solución. Que lo que yo tengo que hacer en este momento de mi vida es completamente necesario para pasear por los caminos que ante mí se mostraban. Me di cuenta de que todos ellos comenzaban en esa clase; estar en esa clase era el primer paso que debía dar para empezar mi vida de verdad. Después de todo eso, podría hacer lo que quisiera.
Yo lo sabía y lo sé. El problema es que, pese a todo, esa sensación no ha desaparecido. Sigo queriendo gritar y dejarlo todo, pero no tengo fuerza... No tengo fuerza ni para seguir, ni para dejarlo. Mis ruedas se han quedado estancadas en el barro y no puedo ir ni para alante, ni para atrás. Muchas veces, la ilusión por algo te impulsa a hacer locuras y/o a hacer cosas que realmente son productivas pero, al fin y al cabo, esa ilusión, esa motivación, esas ganas de vivir, te dan la felicidad (que es lo realmente importante en esta vida; ser feliz...). Y si no sabes qué te hace feliz o crees que lo sabes pero no tienes huevos para ir a por ello, ¿qué queda?. Yo creo saber lo que me haría feliz y sé perfectamente cómo conseguirlo pero no puedo evitar sentir miedo porque, ¿y si lo que creo que me hace feliz, cuando estoy a punto de conseguirlo, resulta que no me hace feliz? Todo el camino recorrido para llegar hasta donde creía que iba a encontrar la felicidad no habrá servido de nada...
Pero bueno, supongamos por un momento que sí estoy segura de lo que me haría feliz. Siendo sensata y sincera conmigo misma (a la par que racional), la solución es verlo de otra manera más positiva y hacer todo lo posible para hallar la perfecta combinación de dos cosas como son el encontrar la felicidad en las cosas que tengo y hacer, en la medida de lo posible, todo aquello que me haga feliz...
Así que espero poder escribir uno de estos días que esa sensación ha desaparecido y que lo que más me apetece es tener que estar en primera fila, en mi pupitre y con cara de atención. Quiero decir... y prestando atención.